martes, 24 de octubre de 2017

Análisis Literario de La Cena Miserable (César Vallejo)

Análisis Literario de La Cena Miserable


“La cena miserable” se compone de una sucesión de preguntas retóricas, o variantes de la misma pregunta. El recurso de la pregunta retórica se caracteriza por no implicar un interlocutor, sino que suele llamar la atención sobre sí mismo como estructura que no busca quién responda, por lo que la contestación implica un desplazamiento del sentido, y una invitación al lector a fijarse en esa condición de boomerang que no lo toca sino para hacerle repetir la pregunta como si fuera la respuesta. La pregunta retórica crea una comunión en la incertidumbre, un acuerdo tácito e inmediato en cuanto a aquéllo sobre lo cual hay que dudar, abre el círculo del “nosotros” para incluir a los otros en la cacería de un sentido inasible. En la pregunta retórica no hay un “tú” que cierre el círculo de la comunicación, sino que el “tú” es llamado a devolver la misma pregunta, a reiterarla.
El “yo” hablante poético y el “tú” interpelado forman entonces un “nosotros” del mismo lado del mensaje: la pregunta retórica. Ese “nosotros” desamparado del sentido es el que se sienta a la mesa y reitera “hasta cuándo la cena durará”. A la hora de la fuga del sentido, todos somos emisores de la pregunta retórica. Esta fuga, no obstante, organiza el nivel semántico del poema. La última pregunta y la última cena se corresponden.
El sistema metafórico del poema es bastante claro: el hablante poético iguala la muerte a la última cena. En la primera estrofa, hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe (la muerte), en qué recodo estiraremos nuestra pobre rodilla para siempre (la muerte), hasta cuándo vamos a sufrir el cargar esta cruz (la espera de lo que no se nos debe, la muerte). La reiteración de la pregunta desde diferentes ángulos no hace más que ampliar la falta de simetría de la muerte, los sufrimientos que suscita, y el desamparo ante ella. El resultado, la muerte, viene de afuera, está fuera del control y del conocimiento del hablante poético. Quizás ella sea el “tú” tan esperado y tan pospuesto. O quizás ese “tú” sea el “nosotros” en la muerte, para formar así una sucesión temporal de personas gramaticales que se anonada ante la eternidad definitiva de la muerte.
La segunda estrofa añade ironía a la estructura de la pregunta retórica. El hablante poético no pregunta “hasta cuándo voy a dudar”, sino hasta cuándo la duda nos distraerá de la certidumbre de la fuga del sentido. Es la duda la que brinda blasones frágiles, falaces, fantasmales, porque, en la anécdota del poema, lo cierto es que “nos hemos sentado mucho a la mesa”, que ciertamente está representada como un valle de lágrimas. Y nuevamente la cita de la anécdota crítica
: un niño hambriento, desvelado, nos remite otra vez al “tengo hambre, ¿por qué me has abandonado?” El que da de comer su cuerpo, nada tiene qué comer en la noche oscura de su desesperanza.
La tercera estrofa expresa el deseo de subsanar esta desigualdad en un desayuno democrático: el amanecer en que “todos” habremos comido. Los próximos dos versos de esta estrofa amplifican la pregunta retórica inicial: lo que no se nos debe es este valle de lágrimas (“a donde yo nunca dije que me trajeran”). El hablante poético mismo, al describir el quebranto de su cuerpo, asume para sí la imagen: él mismo es el valle de lágrimas. La pregunta sería entonces, hasta cuándo yo seré yo, hasta cuándo seré este valle de lágrimas. Al final de esta estrofa se expresa, finalmente, la pregunta-fulcro: “hasta cuándo la cena durará”.
En la última estrofa se introduce un personaje otro, que parece no participar de la comunión perpleja del “nosotros” creada por las preguntas retóricas: “alguien que ha bebido mucho y se burla”. En una especie de juego freudiano de fort da, este personaje acerca y aleja el momento final, representado por la tumba. En este caso, el problema para el hablante poético no es que la tumba se acerque, sino que se aleje, prolongando la cena miserable. Este personaje satánico nos remite a la Duda, la falaz, que confunde, da falsas esperanzas, juega a dotar de sentido a lo que ninguno tiene: precisamente porque no se sabe hasta cuándo la cena durará. El sentido, como culminación de la cena, está perennemente pospuesto, en fuga, porque la cena es interminable, como la pregunta retórica.
El sistema de alusiones crísticas se apoya en el uso equívoco de series retóricas menores: los quiasmos (estirar la rodilla = doblar el recodo, que es dirigirse ciegamente hacia la muerte); los oxímoros: cruz que alienta, duda que blasona; los zeugmas: al borde de una mañana, hasta cuándo (y no hasta dónde) este valle de lágrimas. Hay frases con semántica ambigua como “desayunados todos”, que puede completar el ciclo de esta antropofagia existencial (en Poemas humanos, Vallejo dirá “que se lo coman todo y acabemos”) o que puede aludir al momento en que el hablante poético pueda, al fin, comer y no ser comido, y ya no tenga hambre. Lo mismo ocurre con “y acerca y aleja de nosotros… la tumba”. El sentido no puede completarse, porque se abre en opuestos irreconciliables.
“La cena miserable” crea además una relación ambigua, coextensiva, entre el espacio y el tiempo. Series como esperar/padecido/sentado/cabizbajo/vencido/media noche/valle de lágrimas/oscuro se relacionan con la preposición “hasta” y la duración se construye por la acumulación de vocablos que señalan hacia el espacio del desamparo, que no tiene fronteras: sentarse a la mesa amarga; terminar el tiempo (la durée) en algún recodo; salir de este valle de lágrimas, que es oscuro y es también el hablante poético mismo. La cena del cuerpo propio, comido por la duración del tiempo, que parece sólo tener fin cuando se acabe el cuerpo mismo y subraya el binomio: cuerpo/tiempo, mundo/temporalidad. Renunciar al cuerpo es dejarse comer por la tierra, deshacerse, para verse “al borde de una mañana eterna”, desayunado, después de haberse entregado a la ”negra cuchara” de la tierra voraz.

La lectura de “La cena miserable” no puede dejar de lado la historia del tópico. Las cenas, sobre todo la última de Cristo, implican comunión: el simposio platónico, el banquete de bodas con el que suelen terminar la comedia clásica y la novela helenística, incluso el banquete fúnebre… Según Frye (Anatomy of Criticism) y Bajtín (Rabelais and his World), la cena precisamente afirma los lazos comunitarios, fortalece lo que los comensales tienen en común. Ahora bien, una cena en la cual los lazos que unen a los comensales son preguntas retóricas, y el desamparo y la soledad priman por sobre la escena entera, atenta contra los esquemas de la cena como dispositivo de comunión. No hay que olvidar la tentadora homofonía entre “mesa” y “misa” que señala hacia el hablante poético como plato principal en la mesa misa (la mesa “puesta”), con una intensa nostaligia de compartir, no la cena miserable, sino un simposio, un banquete.

1 comentario:

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