martes, 24 de octubre de 2017

análisis literario de EL Pan Nuestro de César Vallejo


análisis literario de EL Pan Nuestro de César Vallejo



La escarcha de la mañana alimenta la tierra cada día, como el desayuno. De la misma forma también alimenta la tierra de los cementerios. La soledad de una carreta abriéndose paso es la imagen del invierno, del sufrimiento, del paso del tiempo difícil.


El poeta nos habla de lo impersonal del mundo actual. Únicamente desea poder dar de comer a quien lo necesite, pero desea más que lo haga un Cristo descolgado y desclavado de su cruz que dé alimento, aliento y vida al ser humano. Para el poeta una oración para pedir el pan, el alimento de la fe es una oración por la esperanza.



El poeta no se considera digno de sí mismo y de su fe en Dios. Siente que no ha sido lo suficientemente bueno. Ahora que queda poco tiempo en su vida, sintiendo que volveremos a ser polvo, pide perdón por no haber podido hacer más por los demás, por no haber puesto más corazón en ello.



Un nuevo poema en el que el protagonista del poema duda de su fe, no porque no crea en Dios, sino porque no se considera digno. Es una persona buena, honrada que se entrega a los demás, pero también es consciente de la realidad que lo rodea y de cómo vivimos en una sociedad triste, egoísta y que tiene una falta de fe muy importante.



Está en la última etapa de su vida, como nos indica en uno de sus versos y siente que le falta tiempo para ser mejor persona. Esa sensación de no ser digno de Dios, es la que le hace pensar que ha podido hacer más por los demás, que ha podido ser mejor persona y que le falta tiempo para poder hacer mejores actos de amor hacia los demás.



Sin embargo, cuando ahondamos en el poema, vemos que parece que Dios no piensa lo mismo. Vemos que al final, aunque el protagonista del poema siente que no ha hecho todo lo que podía por ser mejor y por dar mucho más aquellos que tienen menos o no tienen nada, el lector siente que ha hecho un acto de generosidad propio de la divinidad y por eso aprueba todo lo que este hombre haya podido hacer.


análisis literario de los Dados Eternos de César Vallejo

análisis literario de los Dados Eternos de César Vallejo



Género literario: narrativo

Tema principal: la historia de un hombre que le pide a dios diciéndole que el no tiene amigos o personas cercanas que se van y que la vida es como un juego donde se vive y al final se muere.  

Tema secundario: le dice que el no es un hombre mortal que muere que la vida es como se tiran unos dados que son eternos para toda la vida.

 Personajes primarios:
-          El hombre
-          dios

Personajes secundarios:
-          Maria

Ambiente: en una calle

Estructura del texto:

-          Inicio: dios mío me pesa haber tomado tu pan en este pobre barro arrepentido esto significa que este hombre le dice que le da gracias por lo que tiene arrepintiéndose porque piensa que la vida es vivir y al final morir.

-          Nudo: tú no tienes marías que se van esto quiere decir que no tiene a madres que se van para toda la vida o personas que quiso, personas o familiares cercanos.
 
-          Desenlace: le dice también vamos a jugar con los dados quiere decir que la vida es como un juego de dados por que se sabe que lo que haces se te queda y es para toda la vida como los dados eternos.

 Intención del autor: dar a conocer la vida del hombre que le pide a dios. 

Apreciación critica: me parece que este hombre le pide mucho pero no da nada a cambio.
 
Conclusión: este hombre le dice que la vida es un juego.


LOS DADOS ETERNOS

La muerte de esta persona, Manuel González Prada, ha influido enormemente en el poeta. Su pérdida ha sido muy importante y, aunque muerto, el siente que todavía está presente en su vida. Es consciente de la fugacidad de la vida, que todos somos polvo y barro y que volveremos a la tierra en cualquier momento. El poeta hace referencia a la falta de Marías en este ensayista, pensador y poeta. Esto se debe a que estaba a favor de una educación laica, en la que la religión no tuviera cabida.



Sin embargo, para el poeta su figura tiene que ver mucho con la divinidad por la importancia que tuvo como hombre. No era una persona creyente y sin embargo influyó decididamente en la sociedad de su momento, desde muchos puntos de vista. César Vallejo llora su pérdida pero no quiere lutos y velas alrededor del cadáver porque no es lo que él querría. Para el poeta, la vida es un juego de azar en el que nosotros tiramos los dados y, en función de lo que salga, la muerte podrá venir o no a buscarnos.


Es consciente de la fugacidad de la vida, de que esta, hasta cierto punto, es un juego en el que estamos todos y la última casilla del mismo es la muerte, la sepultura y volver a la tierra de la que hemos nacido. La idea del juego de azar, de los dados que tiramos en el tablero y que son los que deciden que avancemos, que nos paremos o que lleguemos al final, es una constante en el poema, que ya tiene su importancia en el propio título del mismo.



El personaje del que habla César Vallejo en su poema, fue muy importante en la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX. Fue una referencia como escritor, en la política, etcétera. Este personaje, de origen peruano, le marco profundamente, por lo que podemos intuir en este poema. No solamente parecía unirles la creación literaria o el conocimiento mutuo, sino que la relación que había entre ambos parecía una amistad sólida de muchos años. Su pérdida ha sido algo que lo ha sentido muy profundamente y le ha provocado un sincero dolor en su alma.




Análisis Literario de La Cena Miserable (César Vallejo)

Análisis Literario de La Cena Miserable


“La cena miserable” se compone de una sucesión de preguntas retóricas, o variantes de la misma pregunta. El recurso de la pregunta retórica se caracteriza por no implicar un interlocutor, sino que suele llamar la atención sobre sí mismo como estructura que no busca quién responda, por lo que la contestación implica un desplazamiento del sentido, y una invitación al lector a fijarse en esa condición de boomerang que no lo toca sino para hacerle repetir la pregunta como si fuera la respuesta. La pregunta retórica crea una comunión en la incertidumbre, un acuerdo tácito e inmediato en cuanto a aquéllo sobre lo cual hay que dudar, abre el círculo del “nosotros” para incluir a los otros en la cacería de un sentido inasible. En la pregunta retórica no hay un “tú” que cierre el círculo de la comunicación, sino que el “tú” es llamado a devolver la misma pregunta, a reiterarla.
El “yo” hablante poético y el “tú” interpelado forman entonces un “nosotros” del mismo lado del mensaje: la pregunta retórica. Ese “nosotros” desamparado del sentido es el que se sienta a la mesa y reitera “hasta cuándo la cena durará”. A la hora de la fuga del sentido, todos somos emisores de la pregunta retórica. Esta fuga, no obstante, organiza el nivel semántico del poema. La última pregunta y la última cena se corresponden.
El sistema metafórico del poema es bastante claro: el hablante poético iguala la muerte a la última cena. En la primera estrofa, hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe (la muerte), en qué recodo estiraremos nuestra pobre rodilla para siempre (la muerte), hasta cuándo vamos a sufrir el cargar esta cruz (la espera de lo que no se nos debe, la muerte). La reiteración de la pregunta desde diferentes ángulos no hace más que ampliar la falta de simetría de la muerte, los sufrimientos que suscita, y el desamparo ante ella. El resultado, la muerte, viene de afuera, está fuera del control y del conocimiento del hablante poético. Quizás ella sea el “tú” tan esperado y tan pospuesto. O quizás ese “tú” sea el “nosotros” en la muerte, para formar así una sucesión temporal de personas gramaticales que se anonada ante la eternidad definitiva de la muerte.
La segunda estrofa añade ironía a la estructura de la pregunta retórica. El hablante poético no pregunta “hasta cuándo voy a dudar”, sino hasta cuándo la duda nos distraerá de la certidumbre de la fuga del sentido. Es la duda la que brinda blasones frágiles, falaces, fantasmales, porque, en la anécdota del poema, lo cierto es que “nos hemos sentado mucho a la mesa”, que ciertamente está representada como un valle de lágrimas. Y nuevamente la cita de la anécdota crítica
: un niño hambriento, desvelado, nos remite otra vez al “tengo hambre, ¿por qué me has abandonado?” El que da de comer su cuerpo, nada tiene qué comer en la noche oscura de su desesperanza.
La tercera estrofa expresa el deseo de subsanar esta desigualdad en un desayuno democrático: el amanecer en que “todos” habremos comido. Los próximos dos versos de esta estrofa amplifican la pregunta retórica inicial: lo que no se nos debe es este valle de lágrimas (“a donde yo nunca dije que me trajeran”). El hablante poético mismo, al describir el quebranto de su cuerpo, asume para sí la imagen: él mismo es el valle de lágrimas. La pregunta sería entonces, hasta cuándo yo seré yo, hasta cuándo seré este valle de lágrimas. Al final de esta estrofa se expresa, finalmente, la pregunta-fulcro: “hasta cuándo la cena durará”.
En la última estrofa se introduce un personaje otro, que parece no participar de la comunión perpleja del “nosotros” creada por las preguntas retóricas: “alguien que ha bebido mucho y se burla”. En una especie de juego freudiano de fort da, este personaje acerca y aleja el momento final, representado por la tumba. En este caso, el problema para el hablante poético no es que la tumba se acerque, sino que se aleje, prolongando la cena miserable. Este personaje satánico nos remite a la Duda, la falaz, que confunde, da falsas esperanzas, juega a dotar de sentido a lo que ninguno tiene: precisamente porque no se sabe hasta cuándo la cena durará. El sentido, como culminación de la cena, está perennemente pospuesto, en fuga, porque la cena es interminable, como la pregunta retórica.
El sistema de alusiones crísticas se apoya en el uso equívoco de series retóricas menores: los quiasmos (estirar la rodilla = doblar el recodo, que es dirigirse ciegamente hacia la muerte); los oxímoros: cruz que alienta, duda que blasona; los zeugmas: al borde de una mañana, hasta cuándo (y no hasta dónde) este valle de lágrimas. Hay frases con semántica ambigua como “desayunados todos”, que puede completar el ciclo de esta antropofagia existencial (en Poemas humanos, Vallejo dirá “que se lo coman todo y acabemos”) o que puede aludir al momento en que el hablante poético pueda, al fin, comer y no ser comido, y ya no tenga hambre. Lo mismo ocurre con “y acerca y aleja de nosotros… la tumba”. El sentido no puede completarse, porque se abre en opuestos irreconciliables.
“La cena miserable” crea además una relación ambigua, coextensiva, entre el espacio y el tiempo. Series como esperar/padecido/sentado/cabizbajo/vencido/media noche/valle de lágrimas/oscuro se relacionan con la preposición “hasta” y la duración se construye por la acumulación de vocablos que señalan hacia el espacio del desamparo, que no tiene fronteras: sentarse a la mesa amarga; terminar el tiempo (la durée) en algún recodo; salir de este valle de lágrimas, que es oscuro y es también el hablante poético mismo. La cena del cuerpo propio, comido por la duración del tiempo, que parece sólo tener fin cuando se acabe el cuerpo mismo y subraya el binomio: cuerpo/tiempo, mundo/temporalidad. Renunciar al cuerpo es dejarse comer por la tierra, deshacerse, para verse “al borde de una mañana eterna”, desayunado, después de haberse entregado a la ”negra cuchara” de la tierra voraz.

La lectura de “La cena miserable” no puede dejar de lado la historia del tópico. Las cenas, sobre todo la última de Cristo, implican comunión: el simposio platónico, el banquete de bodas con el que suelen terminar la comedia clásica y la novela helenística, incluso el banquete fúnebre… Según Frye (Anatomy of Criticism) y Bajtín (Rabelais and his World), la cena precisamente afirma los lazos comunitarios, fortalece lo que los comensales tienen en común. Ahora bien, una cena en la cual los lazos que unen a los comensales son preguntas retóricas, y el desamparo y la soledad priman por sobre la escena entera, atenta contra los esquemas de la cena como dispositivo de comunión. No hay que olvidar la tentadora homofonía entre “mesa” y “misa” que señala hacia el hablante poético como plato principal en la mesa misa (la mesa “puesta”), con una intensa nostaligia de compartir, no la cena miserable, sino un simposio, un banquete.